Libertinaje
En el umbral de las palabras,
del lenguaje gestual
o la experiencia,
hay una zona gris del pensamiento
en la que mora asustada
la libertad
con su manía de definición,
su despertar instintos,
sus derechos.
No hay nadie que presuma que ella existe,
ni nadie que descrea que esclavice
con su voz seductora de anfitriona
del palacio sutil de la conciencia,
la vitrina hecha añicos
de la especie animal.
Su excusa y desenfreno manifiestan
que incluye un requisito inexpugnable
en todo amoldamiento;
preconcebir la inicua contracara
de la hermética fe
que la ha prologado,
un vicio del que pocos hoy se acuerdan
que avanza lento como la hormiguita
atestada de lemas y zalemas,
y se instala en el nauseoso altar de la inminencia
que prefija amenaza
insistiendo en vulgares parecidos:
Libertinaje.
Ronquido escandaloso,
la grieta irresponsable,
el brindis de un Satán desvencijado
con frondoso historial de malas artes,
chauvinismo de una patria que excede
la audaz frontera del conflicto.
La palabra –se ha dicho- no es la cosa.
Pero, ¿cabe dudar que no lo fuera?
¿Es solo el ofertorio de un estado
de plena convicción y raciocinio?
¿Está en el núcleo de la espiga el trigo
o apenas su entrevero imaginado?
Ser libre es ser feliz.
Su pantomima
es el sable que empuña, en la emergencia,
su despropósito;
Libertinaje es visión;
el frenético barro en la cuneta,
en que mete su pies el disoluto;
el estado de angustia ante el deseo
de ser el Inmortal superviviente;
el poderoso monstruo
del reglamento aún desconocido.
La libertad está colmada de absoluto.
Es obra de los rangos superiores,
la secreta censura de los labios,
la savia de los árboles;
señal de acercamiento
del yerro y la magistratura.
El libertinaje, en cambio,
sin venda, por la ley totalitaria,
ofrece tentaciones infinitas,
en la huella perdida de lo ilícito.
Salgamos en rescate heroico,
del sustantivo oculto de sus fines.
cumpliendo una misión de humilde ética,
evitando negar sus corolarios,
que no por innombrables,
se tornan ilusorios.