miércoles, 9 de mayo de 2018

La hora del ave



La hora del ave






La sangre de la tumba está chorreando


en los altillos de los propietarios.


Desdeñosos los teléfonos arden


en el Cabildo Abierto


Los cónsules disputan sus truncas colecciones


maltratadas por pueblos sin prosapia,


clamando su desaire.


Se atenta en la tragedia de Rosario


con mensajes de runas obsoletas,


que exhiben copa, basto,


oro y espada


por ver como se mancha en las libretas


protocolo de tarifas y vagos resplandores


del fuego artificial del escenario.


Sigo el rastro brumoso, consumado


para ornar


cada una


de tus uñas comidas por la angustia,


limarlas y esmaltarlas,


con saliva de guerra enamorada.


Te adora mi inconsciencia de poeta,


entre muros ahumados,


tañidos de campanas y flautines,


huesos rotos.


Rotunda de cadáveres te amo,


con pupilas de lumbre pretenciosa,


por la muerte que llamamos vejez,


la edad de adultos seniles


semejantes a críos con pañales


y biberón lactante.


Casi nada.


Te quise en el instante del derrumbe,


gloriosamente humano de cenizas,


buscándote en ladrillos interdictos


que arrastran represalias.


Sin descanso me esfumo en la tiniebla.


Te amo de memoria


sobre destartaladas camas,


acre aliento entre sábanas de hilo,


para envidia de Venus,


como una madre desesperanzada.


No hay capricho en los ayes del herido,


que quepan en los sueños


con luces apagadas.


Cuando germinan los mejores versos


y el tintero está seco, de repente,


se acaban los famélicos permisos


de salida de presos del sistema;


la vanidad jadea ante los vidrios


la incipiente noción del egoísmo.


La estruendosa ronquera nos inquieta.


Se encienden las alarmas.













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