La noche de los tiempos
Llegó la noche de los tiempos.
Comenzó la cuenta regresiva.
Es hora de rezar y hacerse cruces.
El vientre acribillado lo desea,
el ojo alerta esquiva la mirada,
… pero en la calle cae
como un rocío,
una lluvia monótona y pequeña
y, en las veredas astrosas,
los búhos
rondan la sobremesa postergada,
sin haber recibido su plato de comida.
No me abandones, amante.
Cual si fueras el idiota parroquiano del bar
que se inventa el relato dionisiaco
de una vida cicatera,
roñosa, espeluznante,
socórreme del tedio de los lunes.
La copa se ha atestado de borrascas.
Abate un rayo la acera que blasfema.
Un orquestado ejército de sombras
invade la cama virgen con horror
cuando duerme la ebriedad de los tapires.
Baile de la caracola y el gusano,
en el mes de diciembre del 2001.
El agua de las nubes es el llanto
del mono que no aprende ni escarmienta.
Pesebres, truenos, lamparillas,
negocios vanamente decorados,
muñecos gordinflones
con vagas inquietudes futboleras,
pinos enanos y cacerolas de aluminio
que nunca volverán a percibir
el peso de la ceniza en su espalda.
Se compra con monedas fariseas,
una ardua devoción con rodillas maltratadas.
Se acomodan las pálidas estrofas,
sin ganas de gozar,
como asexuados presidiarios,
en
de otra Navidad que se acerca
la implacable falta de poesía
y nos encuentra solos y mudos,
siete años después de la esperanza.