Fisuras anales.
Como Eros siempre ha sido
el demonio encarnado
y es más desagradable que el insulto
que profiere el ignorante
que no sabe que lo es,
la Buena Sabiduría
se aparta de los rústicos plebeyos,
por cuya vena ácrata y vulgar
se delata la humillación de arrodillarse
ante el prestamista bautismal de los herejes.
El ángulo y el lado se confunden
en una atónita coreografía
de exangües secreciones cochambrosas
que exhalan los alientos embozados.
Lo bíblico y lo impúdico hacen fiesta
a lo largo y lo ancho de la costa.
El verde del lagarto, espada roja
de las caballerías apostólicas,
sursum corda.
Nadie comete asombro en los rituales
de voluptuosidades u opulencia
en vaga perspectiva.
En la penumbra todo es raro,
mas, cuando hay brillo, indefectible.
Las fisuras del tiempo son anales
que ocultan cardenales o hemorroides
debajo del secreto de conciencia.
El patíbulo es breviario del infierno.
Las huellas del sudario: el despilfarro
de las blancas fumatas vaticanas,
ante mudos auspicios del narcótico
que clama su derecho al genocidio.
Descubrir el bálsamo que cure a los imbéciles
pertenece a la orden de la Alquimia.
La épica que canta este poema
no es sino otro episodio disidente
contra el sanctasanctórum de la carne
germinada en infames linotipias.
No obstante, existe el Ser
que los perdona,
que ve en la oscuridad de los recintos,
con luz de una libélula argentina
y le quita las costras al blindado,
sin dudar que su voz será escuchada
por atentos corderos doloridos
del estigma del hijo y de su madre.
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