En el galpón de la memoria
hay
una fatiga espesa, aunque indulgente,
apoyada contra un disco rayado de Larralde:
La Pasto Verde;
cenizas de cadáveres anónimos;
una tapa de Crónica
según la cual:
murieron tres personas
y un boliviano.
Hay una silueta borrosa
en el umbral,
varios colmillos de elefantes blancos;
dos bicicletas con gomas pinchadas;
una paleta de acuarelas que ya no uso;
algunos caprichos de antaño, muy bien vestidos;
esa muerte lenta del ayer:
una escupida en seco;
telarañas que se vadean,
creando extrañas geishas de porcelana china;
y más cosas de alfarería exótica
que en psicoanálisis llamarían “el desván”
y puede traducirse en dos palabras: “el olvido”
El olvido,
como una espigada carroza
de torcido algarrobo
dispuesto a subirse a los capiteles
del hermético cielo bonaerense.
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